Ela
Los rayos del sol apenas y se asomaban por la densa neblina que pintaba de blanco la mañana de otro día. En un tiempo donde el canto de los gallos no era común, Ela no lo necesitaba para saber que la hora de vivir un día más había iniciado.
Era un frio domingo, pero para Ela eso no era importante. Las hojas del calendario hace muchos meses atrás las había guardado en aquel baúl que una vez cerrado nunca más se volvería a abrir.
Al levantarse de su cama, dar pasos firmes se volvía una tarea más difícil con el paso del tiempo. Las paredes podían ser un buen soporte al caminar, pero por suerte Ela siempre contaba con alguna mano que la acompañaba cuando esos mareos diarios representaban un peligro constante.
La mañana transcurría y sus palabras eran breves o nulas. Su mirada evidenciaba que el mundo que ella había creado era mucho más divertido que el mundo de indiferencia en el que vivimos los demás. Su mirada daba en silencio la entrada a su mundo de fantasía, pero al cual era imposible ingresar.
A medio día, el sol había ganado la contienda y se postraba orgulloso en medio del cielo. Sin embargo, a esa hora Ela continuaba aferrada a su cobija, en aquella mecedora con vista a la puerta del frente.
Durante el almuerzo sus palabras seguían siendo breves, pero esta vez eran oraciones completas que repetían tres deseos muy concretas de su corazón.
Llegaba la tarde y sus tres anhelos eran constantemente repetidos. Ela, con su mirada muy diferente a como solía ser en su época universitaria, daba un vistazo por la sala sin encontrar lo que buscaba, su miraba se dirigía a un punto fijo en la pared y el silencio continuaba.
Ni una llamada recibió Ela ese domingo, una visita era mucho pedir, y una invitación sonaba imposible.
En la noche, sus pijamas y sus medicamentos fueron dados con la paciencia y el cariño de todos los días. Con un “Muchas gracias mi amor” ese día que nunca ocurrió fue guardado en aquel baúl con el candado cuya combinación Ela ha preferido olvidar.
Autor: Crystel Induni Guerrero